Por Luciano Sáliche | Foto: Daniel Spehr
Un hombre orquesta. No, mejor un pulpo. Quizás la mejor metáfora para graficar lo que Guido Indij hace es la de un pulpo. Con sus tentáculos mueve las palancas de cuatro máquinas: Interzona, La Marca Editora, Asunto Impreso y Factotum. Son las cuatro editoriales que lleva adelante, algo poco visto en el ambiente literario. “Hace 27 o 28 años participé de la fundación de una editorial divina que se llama Ediciones del Eclipse. Un par de años más tarde junto con Daniel Link armamos otro proyecto que en un comienzo no tenía muy en claro su rumbo y que llamamos La Marca Editora. Se transformó en mi proyecto más personal. Organizado en una quincena de colecciones, todas bastante coherentes, creo, y que ha publicado cerca de 200 títulos”, comienza contándole a Polvo. “Los libros que uno hace hay que tratar de venderlos. Y en ese sentido fueron las frustradas experiencias con las dos distribuidoras generales del momento quienes de manera involuntaria nos alentaron a armar nuestra propia distribuidora, a mediado de los noventa. Se llama a Asunto Impreso y se especializa en libros ilustrados. Distribuye nuestros propios libros y los de otros editores, museos e instituciones”, continúa.
En ese proceso creó la Librería de la Imagen: “Una de las cosas buenas de tener una librería, es que el editor baja de su pirámide de cristal y tiene acceso directo al público”. Luego, lo que no entraba en La Marca, porque no calzaba con el catálogo, fue a parar a Asunto Impreso, una nueva editorial, más modesta pero no por eso menos minuciosa. Más tarde le tocó darle continuidad a nada menos que Interzona; lo mismo ocurrió con Factotum. “¿Quién sabe si en el futuro se sumarán otros sellos? En tanto tengamos capacidad de respetarles sus individualidades y ayudarlos a sobrevivir y renovarse, creemos que es una estrategia tan válida como lanzar una nueva colección”, comenta Indij que su quehaceres no culminan ahí: es Consejero de la Cámara Argentina del Libro, la Fundación El Libro y el Grupo Iberoamericano de Editores, y Coordinador de la Alianza Internacional de Editores Independientes. Entonces comenzamos la entrevista con la pregunta originaria:
¿Por qué editar hoy libros en Argentina?
Porque vivo en Argentina. Porque el virus de la tinta se metió en mi sangre desde chiquito. No encuentro actividades que me atraigan más.
Viviste el mundo de los dos lados, antes y después de internet, ¿cómo cambió la literatura en esta bisagra? ¿Hasta qué punto modificó la forma de narrar? Y por el lado del lector, ¿creés que internet deterioró o alentó la relación de la sociedad con la literatura?
Más allá de Whatpad y los blogs y el microbloging, no veo que internet haya intervenido de manera radical en el arte de narrar. En cambio la PC como herramienta omnipresente simplifica los procesos y la vida del editor. No sólo por los programas de escritura, edición, diseño. Sino también por la búsqueda y el cotejo de datos que ofrecen los motores de búsqueda y la comunicación cotidiana a través del correo electrónico. Por la cercanía e instantaneidad y la posibilidad de mantener varias conversaciones en simultáneo que ofrecen los mails y la mensajería instantánea brinda a la industria aceleran los tiempos de los proyectos y permiten su multiplicidad. Aunque también es cierto que esta nueva época, según se quiera ver, nos ofrece o pone a competir con distinto tipo de pantallas. Me refiero ahora no solo a los e-readers sino a los distintos tipos de consumos que compiten directamente por el tiempo de ocio de los lectores: Netflix, Youtube, Facebook, etc.
Interzona y Factotum, por ejemplo, suelen apostar a los autores nuevos, ¿cómo hacerle frente a los ya consagrados, a las “vacas sagradas” y best-sellers?
No se les puede hacer frente. Hay que inventarle otros espacios. Y cambiar las estrategias. Por ejemplo, la vinculadas con el tiempo. Un best-seller dura entre seis y doce meses. Un libro puede durar entre siete y 25 años en nuestro catálogo. Quizás más aunque eso está por verse.
¿Y cómo hacerle frente a las grandes editoriales? ¿Cómo es esa puja en el campo literario?
El campo literario es muy desigual. Los conglomerados que han adquirido a pequeños editores no los conservan como tales, siquiera como laboratorio. Los transforman, los degradan. Y al mismo tiempo nos transforman a nosotros, los independientes, en sus laboratorios. Ya no tienen lectores recibiendo manuscritos y haciendo informes: comprar nuestros libros, que ya están corregidos, reseñados, encuadernados… Y si les gustan, sacan la chequera, y contratan a nuestros autores. Aunque vale destacar que algunos autores que han publicado en sus filas, también vuelven a nosotros, los pequeños, que tenemos un trato más humano con ellos y más cariñoso y comprometido con sus obras. Otro cantar es la puja en el campo de la librería. Allí, la cosa también es muy desigual y dependemos de la sensibilización del corazón de los libreros independientes, que son quienes más aprecian nuestra labor.
Hace unas semanas se produjo un debate donde muchos escritores plantearon una relación desigual entre autor y editorial, sobre todo en el mundo de las llamadas editoriales independientes. ¿Cómo viste esa discusión?
Bueno, sinceramente no creo que se haya dado un verdadero debate. O sea, la confrontación de más de una postura… Lo que manifiestan los autores, que como otros colectivos (pienso en los ilustradores, los traductores, y los editores mismos) es que ellos mismos deben profesionalizarse, al tiempo que exigen mayor respeto intelectual y un adecuado reconocimiento económico por su tarea. ¿Quién puede oponerse a ello? Enfrentar ese reclamo al quehacer editorial o al subsector de los indies —recordemos que los primeros posteos coincidieron con el lanzamiento de la FED— es sofisticademente estéril. Así como libreros y editores tienen intereses, a veces contrapuestos, pero a la larga el mismo fin —el de mantener la cadena del valor en la comercialización del libro— los intereses de editores y autores están mancomunados. Muchos de los reclamos que hacen al Estado en la solicitada que se hizo pública semanas atrás coinciden con aquello que los editores agremiados llevamos en nuestra agenda hace décadas. En ese sentido las editoriales independientes —o sea, aquellas que son llevadas adelante por editores que viven de esa actividad, que están establecidos, que respetan los derechos de autores y demás trabajadores, que se sostienen a través del tiempo— firman contratos y pagan a sus autores. Si no, no se sostienen. Quizás valga la pena sumar a la lista de preguntas que esboza la solicitada, ¿por qué el reclamo se le hace a los independientes?, o ¿por qué los escritores eligen para manifestarse o para asumir su conciencia de clase trabajadora a las redes sociales y no las organizaciones que deberían nuclearlos de manera natural como la SADE, SEA, PEN? Ojalá este pequeño mare nostrum sirva para comprender mejor el sector que nos reúne. Para entender por qué el Indio Solari —nave insignia del independentismo y la autogestión— decide publicar su propio libro en un grupo multinacional. Y por qué lo mismo hacen tipos comprometidos con la contracultura como Osvaldo Bayer, o conocedores de las inequidades del mercado, como Alfredo Zaiat. No sé pero si yo fuese Adrián Paenza, Umberto Eco o Miguel Bonasso no me gustaría que mi obra comparta catálogo y mes de lanzamiento con Ceferino Reato, y Chopra, Pepe Muleiro, Valeria Shapira, Cavallo, Grondona, Fernando Iglesias —sí, todos el mismo mes—.
Llevás muchos años en el mundo de la literatura, de hecho La Marca Editora acaba de cumplir 25 años. ¿Cómo definirías al ambiente literario argentino del último tiempo?
Durante ese cuarto de siglo, La Marca Editora ha hecho muchas cosas de las cuales la literatura no representaba la parte más destacada de su agenda. Nos interesa de igual manera la no-ficción y el libro en tanto objeto de deseo. En ese sentido festejo la multiplicación de las editoriales independientes, porque con esa multiplicidad queda garantizada la bibliodiversidad por la que abogamos. Pero por otro, parece haber más editores que libros dignos de ser publicados y ello complica la tarea del librero, del lector y la sustentabilidad de los pequeños proyectos. Cuando recibimos un manuscrito los fechamos y cuando respondemos —por sí o por no— lo agendamos. Por eso el otro día, revisando el listado de los manuscritos rechazados en los últimos cuatro o cinco años —son varios cientos— nos sorprendimos al notar el alto porcentaje de títulos que más temprano que tarde fueron publicados por algún otro catálogo.
Por último, ¿cómo evaluás las políticas estatales de los últimos años en el mercado editorial? ¿hubo cambios desde el último cambio presidencial? ¿ves un futuro esperanzador?
¿Políticas estatales para el mercado editorial? La único que recuerdo la bautizaron #LibrosLibres y consistió en derogar los decretos, un poco absurdo si hay que reconocerlo, por los cuales se establecían trabas arancelarias para regular la importación de libros. Plan Nacional del Libro y la Lectura, políticas de apoyo al sector, no hay. Afortunadamente continúa el Programa Sur que en lo personal creo debería perfeccionarse a través de una política de fomento de la literatura emergente. El Ministerio de Cultura no sostiene políticas para el libro o las industrias culturales en general (su Secretario acaba de renunciar)… Se me ocurren por lo menos dos proyectos de convocatoria abierta que se han sub-ejecutado en los últimos dos meses. Créditos para la industria no aparecen; Ahora 12 en cambio se eliminó. Las compras de Conabip se han limitado; las del Ministerio de Educación (¡y Deportes!) anulado. La única compra de biblioteca de aula de la que estoy en conocimiento que se haya concretado en el período presidencial de Macri fue la de material para escuelas técnicas de la cual resultó beneficiado un único oferente con más del 70% del presupuesto; o sea, una de las compras menos bibliodiversas de las que tuvimos noticias en los últimos lustros. Los servicios han subido para todos, pero ¿qué sentido tiene que una librería pague 15.000 pesos de agua? Y claro, son los libros los primeros perjudicados cuando la población ve limitada su capacidad adquisitiva. El libro nunca es un elemento de primera necesidad. El tipo de cambio no ayuda a la exportación; el IVA del papel de los libros o los alquileres no se puede descontar de otros impuestos… Como verás nada de esto resulta muy esperanzador. Y sin embargo, ¡seguiremos rockeando!
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